lunes, enero 14, 2013

Adiós Gino Moretti

Adiós Gino Moretti *


Me pareció un funeral de película, de una película buena, de esas que incomodan, que te dejan intranquilo. La imagen  esa de los bronces cortando el aire húmedo de la costa con un tema de Piazzola, esos violines, la sucesión de discursos de sus humildes amigos músicos y poetas del litoral cargados de afecto, de un amor que se dibujaba con las palabras que salían de sus bocas conmocionadas por la pérdida irremediable de su amigo, es la imagen, de una película que empieza, y no la última foto de un largometraje tedioso que concluye con la última expresión de la sorprendente y corta agonía de un personaje con características físinómicas y psicológicas  similares al Quijote de la Mancha. No señor, este es el guión hecho por García Márquez que decide sorprendernos con una novela de juventud inédita que guardaba en las sombras, o una imagen del I capítulo de “HUMILLADOS Y OFENDIDOS” de Dostoyevski; la conmovedora y enigmática muerte de un anciano en una pastelería alemana durante una fría tarde en Petersburgo.



Me faltó conocer más a Gino Moretti, a pesar que lo tuve al alcance de la mano por casi 60 años, me sigue doliendo su muerte, y no es porque lo haya querido mucho, sino porque no llegué a quererlo  tanto como para haber alcanzado una conciencia más completa de su gravedad aquella mañana que lo acompañé hasta el terminal de buses en su último viaje a su casa de Las rocas de Santo Domingo, y tanto como para haber reaccionado de otra forma, de haberle dicho al taxista que nos fuéramos rápido a Urgencia de la Posta Central  en vez de llevarnos al terminal San Borja donde lo metí al bus sin más prisa.



 Me faltó la lucidez que se necesita para esos casos decisivos, y me faltó de nuevo, 5 días después, inexcusablemente,  la conciencia suficiente, como para llevarlo de inmediato al hospital cuando lo trajeron de vuelta desde su casa a la casa de la mamá, donde distinguí en sus ojos, claramente, la inquietante mirada de la muerte.



Cuando me preguntaron en el cementerio si quería decir algunas palabras, me negué automáticamente a ello, perfectamente podría haber leído este discurso, pero era imposible realizarlo en ese escenario, ya que de acuerdo a lo que dijo Cristóbal, es imposible estar en un escenario que transcurre en el pasado, en la escena terminal de su vida, que se llevaba a efecto en ese mundo esquivo, irrecuperable.

 Su muerte pertenece al futuro, allí tiene sentido este discurso, seguro,discurso que tampoco tendrá cabida allí, puesto que jamás el futuro se alcanza, ya que como sabemos bien, el día de mañana es aquel día que no llega nunca.

 Me duele el tío Juan, me duele el abandono en que murió, me duele su desnutrición severa, me duele su insuficiencia pulmonar que no le impidió cantar hasta sus últimos días, me duele las condiciones de higiene en que se encontraba su casa que jamás conocí, me duele la sala de Urgencia del Hospital San Borja, me duelen sus largos brazos amarrados a los fierros de su cama desde sus muñecas, me duele su mirada perdida en la última visita que le hice 1 día antes de su muerte. Me duele su pudorosa piel expuesta en la cama de esa sala atiborrada de enfermos terminales, que sería a poco andar el lecho de su muerte. 

Me duele la suavidad y la delgadez de sus dedos tan parecidos a los de mi madre, su hermana.

 Es un dolor exclusivamente personal que no busca mitigación, no busca el consuelo ni busca explicaciones; busca solamente reencontrar la templanza necesaria para llegar a ser una mejor persona después de vivir esta experiencia.

 Es curioso que a una persona que viví olvidándola mientras existió, la viva recordando cuando ya no existe.
 Sucede.

René Dintrans Alarcón

PD: * Juan Alarcón Echaiz