martes, septiembre 13, 2011

¡DILES QUE NO ME MATEN!

(Hay que leer esta obra perfecta, enseña mucho sobre el arte de escribir, son siete páginas nomás. Es una suerte haberme encontrado con este cuento que venía de contrabando junto a una veintena más en una edición de "Pedro Páramo" de la editorial Planeta. Por esta razón es que lo he transcrito letra por letra, palabra por palabra, frase por frase, por que he sido un afortunado en encontrarlo. De manera que por si las moscas, voy a hacer cien copias más de él, a ver si me queda algo de Rulfo.)






DILES QUE NO ME MATEN  de Juan Rulfo


-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
- Haz que te oigan. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios
- No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.
-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
- No. No tengo ganas de ir. Según eso, yo soy tu hijo. Y, si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mi también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.
-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mi. Nomás diles eso.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
-No.
Y siguió sacudiendo la cabeza por mucho rato.
-Dile al sargento que te deje ver al coronel. Y cuéntale lo viejo que estoy. Lo poco que valgo. ¿Qué ganancia sacará con matarme? Ninguna ganancia. Al fin y al cabo él debe tener un alma. Dile que lo haga por la bendita salvación de su alma.
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:
-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¡quién cuidará de mi mujer y de los hijos?
- La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver que cosas haces por mí. Eso es lo que urge.


Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado.


Quién le iba a decir que volvería ese asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:
-Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales.


Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio como se le morían uno a otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó a tapar otra vez la cerca, para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin probarlo.
Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo.


Hasta que una vez don Lupe le dijo:
- Mira, Juvencio, otro animal que metas al potrero y te lo mato.
Y él le contestó:
- Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.




<<Y me mató el novillo.
>>Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después se pagaron con lo que había nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos.


Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero según eso, no lo está.
<<Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.


>> Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome.
Cada que llegaba alguien al pueblo me avisaban:
>>- Por ahí andan unos fuereños, Juvencio.
>> Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo sólo verdolagas. A veces tenía que salir a la medianoche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida. No fue un año no dos. fue toda la vida>>


Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus íltimos días los pasaría tranquilo.


<< Al menos esto -pensó- conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz.>>


   Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginarse morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos.


   Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de ir a buscarla. Dejo que se fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.


   Pero para eso lo habían traído para allá, de Palo de Nevado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo sólo, únicamente maniatado por el miedo. miedo de morir Ellos se dieron cuenta que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.


   Desde entonces lo supo. Comenzó  a sentir esa comezón en el estómago, que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran.


   Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él.


   Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos.


   Sus ojos, que se habían apeñuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Alli en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne.


Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último.


   Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran para que se fuera: "yo no le he hecho daño a nadie, muchacho" iba a decirles, pero se quedaba callado. "Más adelantito se los diré" pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quienes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.


Los había visto por primera vez al pardear la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa.Pero ellos no se detuvieron.


Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo.


Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir.


   Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirle que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a  hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:
- Yo nunca le he hecho daño a nadie- eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se detuvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos


Entonces pensó que no tenía más que decir, que tenía que buscar la esperanza en otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche.




   -Mi coronel, aquí está el hombre.


Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz:
   -¿Cuál hombre?- preguntaron.
   -El de Palo Venado, mi coronel. El que usted nos mandó traer-
   -Pregúntale si ha vivido alguna vez en Alima- volvió a decir la voz de allá adentro.
   -¡Ey tú! ¿que si has abitado en Alima?.- repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él.
   -Sí, dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco.
   -Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.
   -Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros
   -¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió.
   Entonces la voz de allá adentro cambió de tono:
   -Ya se que murió-dijo. Y siguió hablando como si platicara con alguien de allá, al otro lado de la pared de carrizos.
   -Guadalupe terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de la cual podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros eso pasó.
>> Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron, tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia.
>> Esto, con el tiempo, parece olvidarse.Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ese, aunque no lo conozco; pero el hecho que se halla puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca.>>


Desde acá, desde afuera, se oyó bien claro cuanto dijo.Después ordenó:
   -¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo!
   -¡Mírame coronel!- pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. No me mates...!
  -¡Llévenselo!- volvió a decir la voz de adentro.
   -...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!


   Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando.


   En seguida la voz de allá adentro dijo:
   -Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.




Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía.


Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto.
   -Tu nuera y los nietos te extrañarán- iba diciéndote-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote, cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.


















 















sábado, septiembre 10, 2011

Allende, Allende, el pueblo te defiende





( publicado el 28 de junio de 2008 en WWW:elclarin.cl)

Allende, Allende, el pueblo te defiende

El legado que dejó Allende a su pueblo, fue su vida. Existió aquel momento en que todos escuchábamos por una radio emisora, las últimas palabras de un hombre, de un verdadero hombre, como ha habido pocos, que imponía su serena voz en medio del fuego, la traición y la codicia. 

Quiso con su noble determinación, dejar intacto el honor de los que dedican su vida a luchar por los débiles, por los pobres, por las víctimas de un sistema económico cruel, que fundamenta el estado de pobreza e infelicidad de los condenados a ofrecer  su trabajo, como una condición “naturalmente” necesaria, para que aquellos que demandan de él, los “escogidos”, tengan garantizada su riqueza y su felicidad.

Así fue como sus sabias palabras en ese trance, contuvieron al pueblo, que por instinto y gratitud, en medio de la desorientación, solo atinaba a desplazarse ciega y masivamente al centro de la ciudad a defender a su gobierno.

Ellos iban al sacrificio, puesto que conociendo a los mandos que abrían fuego contra la autoridad del Presidente de la República , sabía bien que el pueblo sería acorralado y masacrado entre los muros de armamento de guerra que los traidores habían levantado de madrugada en las amplias alamedas, en aquella joven primavera asesinada, en esa, nuestra Historia que llena de vergüenza, que incrédula, paralizada, encerrada, mecánicamente  registraba los demenciales actos de terror que tenían por objeto la intimidación de los ciudadanos.

El presidente Allende no se rindió, y su actitud representa la reserva  moral de un país, representa el estado de civilización en que se encontraba el pueblo de Chile, que por esos tiempos ejercía la democracia que aún no alcanzamos,  que se comportaba como una respetada y generosa república que estaba permitiendo que los trabajadores accedieran al poder, nacionalizando las riquezas naturales para el futuro de su pueblo, asegurándoles mediante gestión del Estado, acceso a una buena calidad de educación y salud.

Es así como el ejemplo de Allende va para todos, para sus seguidores, sus adversarios y sus enemigos. 

Él ejerció una política que privilegiaba por sobre todas las cosas los principios, respetaba la democracia, y respetaba los derechos del pueblo, puesto que sabía que Chile era de todos y se proponía garantizarlo.

Hoy, cuando su imagen es reducida a una estatua en la plaza que fue pisoteada por los tanques de la insurrección, cuando se le rodea de una silenciosa comparsa de ex conjurados, de un ridículo séquito de pálidos e indeseables ex-mandatarios.

Hoy cuando se ejerce una política cuyo único norte es facilitar los negocios, cuando la brecha de diferencias en el ingreso de las personas es una de las más vergonzosas del planeta, cuando se entregan las riquezas naturales a capitales extranjeros, cuando se conjura un acuerdo para desnacionalizar el cobre sin el cual Chile no sería lo que es hoy, cuando la propia infancia se toma las calles porque les han liquidado la calidad de su educación, cuando se contamina el medio ambiente sin parangón en la Historia de Chile, cuando de apalea y tergiversa a la población originaria, cuando se acorrala a los pobres en poblaciones marginales  con un salario  que los deja fuera del consumo mínimo para vivir con decencia.

Hoy cuando se niega mil veces a Allende.

Cuando la fuerza de los hechos no le da cabida al pueblo, negándole su participación en el juego democrático, cuando es indispensable una Asamblea Constituyente que sincere a los chilenos.

Entonces, el pueblo vuelve a entonar: Allende, Allende, el pueblo te defiende.

Esa defensa, es la defensa a su ideario que está escrito en sus palabras, en su actitud, en su ejemplar historia política. Es la defensa de las ideas que sus formales sucesores han desechado, es la necesaria e impostergable creación de un nuevo referente político que reorganice a la Izquierda. Un referente que sea la unidad de los trabajadores, estudiantes, indígenas, defensores del medio ambiente y de todos aquellos hombres de buena voluntad.

¡Allende vive, viva Allende!

Desórdenes en el cielo



 (publicada en www.elclarin.cl, el 8 de septiembre de 2011)

Desórdenes en el cielo 

El señor ministro de la Defensa Nacional aún no cita a la "psíquica de Chimbarongo" para colaborar como asesora en las pesquisas que lleven al incierto paradero de los pasajeros del avión de la fuerza aérea de Chile que capotó en las aguas que rodean el archipiélago de Juan Fernández desperdigando sus restos mortales por sus costas.



La Armada de Chile se asesora con una vidente rancagüina de cierta fama, y se hace acompañar por pescadores de la zona, que son los únicos que han encontrado en días pasados los cuatro cadáveres con que cuenta hasta el momento el complejo rescate.

Desde una improvisada mesa con cartas náuticas y mapas, y frente al teatro de operaciones, el ministro Allamand explica a la prensa en qué consiste el trabajo que ellos -una suerte de Comando Conjunto-  realizan en el fondo oceánico ayudados por un robot de propiedad de la Marina de guerra que escanéa  cada forma anómala que aparece.

Trabaja con ellos otro robot que fue arrendado a una empresa particular que tiene negocios relacionados con el mar.

El ministro comunica frente a las pantallas de la televisión, que la fuerza aérea de Chile realizará una “operación rescate” que ha sido bautizado como “Operación Loreto”, en honor a la santa patrona que protege a sus aviones.

 Llama la atención la fe y fidelidad  de los aviadores militares hacia la santa – Sta. Loreto - que ha demostrado su absoluta nulidad en los últimos lamentables sucesos.

Finalmente Allamand le pide expresamente a Dios y al mar que les ayuden a  encontrar las partes de los cuerpos que permitan identificar a las víctimas. En el día de hoy – 7 de septiembre del 2011- el presidente aparece en la isla de Robinson Crusoe, y es informado por su ministro de Defensa sobre el curso del desarrollo de la operación rescate, todo esto frente a las cámaras y en cuclillas, puesto que el mapa de la isla esta dispuesto en atril, pero a la altura de 1 metro .

Mientras tanto, en la capital, en las afueras de la casa televisiva del principal pasajero hasta ahora desaparecido, y presumiblemente extinto, el destacado e irremplazable conductor Felipe Camiroaga, se desarrolla un fenómeno similar al que ocurrió cuando la fatídica y polémica muerte encontró Lady Di, acaecida el 31 de agosto de 1997 en el túnel de la plaza de l'Alma en París.

Fenómeno que ha sido catalizado intencionalmente por sus insaciables productores televisivos mostrando primero las imágenes de incipientes y espontáneas velitas, que han devenido con el pasar de las horas, como era de esperar, en una sorprendente multiplicación de animitas que es la representación popular de tumbas vacías para esas almas en pena que eventualmente vuelven a los lugares que frecuentaban en vida.

El lenguaje por estos días, como se ha tomado razón en esta nota, está cargado de alusiones religiosas, con las cuales estamos ciertamente familiarizados, ya que  hemos conocido reiteradamente del propio presidente de la república, su fervor religioso y su clásica frase, acompañada del sobreactuado gesto de llevarse la mano derecha al sector izquierdo de su pecho: “lo digo desde el fondo del alma y del corazón”, tal como si el alma se encontrara en esa zona.

Sin embargo, y a pesar de ello, el afán de transformar la tragedia de 21 personas en un mega evento de alcance político, no hace más que mostrar la miseria de contenido de una sociedad que va a la deriva.

Las reiteradas alusiones al Dios todopoderoso pone de relieve la incompetencia del aludido. ¿Cómo es posible que ocurran estas lamentables desgracias que podrían ser evitadas con un sólo golpe de autoridad?

¿le parece justo a dios ese horripilante final para esos 21 seres humanos?

En materia religiosa me quedo con las divinidades antiguas, cada una en su propio espacio, cada una trabajando en su rubro. Para cada fenómeno natural, un dios. Un dios para la tierra y el mar, otro para el cielo, y finalmente otro para el sub-suelo.

El monoteísmo ha quedado superado por la experiencia empírica, ha quedado de manifiesto su incompetencia para gobernar con armonía puesto que permite que ocurran estas desgracias lamentables, que son  producto de la descoordinación de los dioses pertinentes que se niegan ser pasados a llevar. La energía desarrollada en cada fenómeno de la azarosa naturaleza, se niega a ser regida centralmente, y lo demuestra a cada rato, sobre todo cuando hay fallas humanas.

Las fallas humanas  se perdonan, las divinas no, de ninguna manera.


René Dintrans
erredintrans@yahoo.es