Cuando un carabinero patea en la cara a un mapuche mientras otros policías lo tienen reducido, no sólo es un acto brutal y cobarde; es la total y absoluta impudicia, ya que estos hechos se llevan a cabo en la vía pública, en presencia de numeroso público y frente a las cámaras de la TV.
Cuando el ministro de Interior, haciendo uso de frases cargadas de bilis, amenaza a una comunidad mapuche completa, advirtiéndoles que de pertenecer a ella los presuntos autores de los últimos atentados incendiarios, de “llegar a esa conclusión el fiscal”, aquella comunidad no participaría de la entrega de tierras que está en la agenda del gobierno que termina, algo anda mal.
Cuando la presunta responsabilidad penal es causa de un castigo social llevada a cabo por el Estado, entonces esta es la perversión misma del Estado de Derecho, ya que las responsabilidades penales son individuales como todo el mundo debiera saber.
Nadie puede desquitarse con los familiares, con los amigos o con los vecinos de un presunto responsable de hechos delictivos.
A nadie entonces debiera sorprender que un mapuche que va a preguntar por la suerte de su padre que se encuentra detenido, sea violentamente golpeado por Carabineros de Chile, en vez de darle una respuesta adecuada a lo que está requiriendo como merece todo ciudadano de una república que pretende ser.
Es evidente la conexión que hay entre el deseo de las autoridades del Estado y los hombres encargados de ejercer la represión. Desde luego está la invocación de la ley antiterrorista, facultad exclusiva del gobierno, que da carta blanca al abuso en contra de las personas presuntas de cometer ciertos actos que estipula esa controvertida ley sobreviviente del pinochetismo.
A nadie entonces debiera escandalizar, que después que el subsecretario Rosende abandona el lugar de los hechos donde se desarrolla el conflicto chileno-mapuche, fuerzas especiales traídas para la ocasión desde Santiago ajusticien por cuenta propia al comunero mapuche Jaime Mendoza Collío disparándole por la espalda.
Nadie debiera extrañarse del montaje que el frío ejecutor llevó a cabo en abierta complicidad con sus superiores, al sacarse el chaleco antibalas y descargarle unos escopetazos para simular que había sido atacado. Total, la ley antiterrorista da para eso, para hacer montajes cinematográficos, para acreditar falsos testigos encapuchados, y para mucho más.
No sorprende en lo más mínimo que el capitán de Carabineros llamado Marcelo Morales haya humillado a los policías subalternos que tienen apellidos mapuche.
Ni siquiera sorprende ver una Machi maniatada en el suelo, que los carabineros hayan secuestrado a su hijo de 13 años con quién recolectaba hierbas medicinales, que lo hayan subido a un helicóptero, lo hayan amarrado y amenazado de lanzarlo al vacío si no le daba los nombres de los comuneros indígenas que son la vanguardia rebelde de su comunidad.
Me parece que la sociedad chilena no ha mejorado de su enfermedad, del racismo, el clasismo, del abuso del Estado.
Está tan enferma como cuando degeneró en esos despreciables monstruos represores, torturadores y criminales. Puesto que nadie lo advertía, nadie se daba por enterado de lo que ocurría. Nadie decía nada.
Ahora nadie quiere referirse a la responsabilidad que le corresponde en estos hechos a una vaca sagrada que bordea el 80% de de aprobación popular en el máximo cargo público que puede ostentar un chileno.
Es de mal gusto señalar a la mujer de hierro como responsable de las atrocidades que se comete en contra de comunidades mapuches, de sus niños y ancianos, y de sus indómitos jóvenes. Puesto que todo el mundo la considera amorosa, dulce, y nadie quiere perder su simpatía traducida en votos.
Estamos en elecciones, nadie quiere ser impertinente, todos codician ese preciado sillón, los aprontes auguran una llegada estrecha. Lo mejor es callar, puesto que lo pertinente es estar con “el orden de las cosas”, con el “orden natural”.
El anuncio de declaración de guerra al Estado de Chile, y la renuncia masiva a la ciudadanía chilena de su comunidad por parte de un Lonko que la representa, parece una impertinencia, sin embargo tiene sentido, no hace más que actualizar una realidad.
En los irrefutables hechos del pasado y del presente, los mapuches han sido y son ciudadanos de tercera clase, siempre han sido hostilizados y reducidos por la represión estatal, la usurpación de sus tierras, y por su corolario la pobreza extrema.
Y siempre han estado en guerra, puesto que jamás han firmado una paz con el Estado chileno.
Atte. René Dintrans
erredintrans@yahoo.es
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