El primer rayo del día
penetra la apacible montaña
nace un río
que emprende su veloz rutina
pasos certeros
me llevan hacia su orilla
enseguida voy flotando como un corcho
hacia la ciudad que fatalmente cruza
en ese punto me dejo caer
y prosigo mi marcha
las huellas frescas de mis pisadas
van siendo horadadas por las aguas
borrando todo vestigio de ellas
largos años vivo
con ese cruel espectáculo
pegado a mis espaldas
finalmente,
el piso del escenario cede
calles y avenidas
devienen en profundos surcos
son los magníficos acantilados
que la nada esculpe en la roca
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