Carta del Vidente
Rimbaud a Paul Demeny
Charleville, 15 mayo 1871
(Fragmento)
….
—Ahí va una prosa sobre el porvenir de la poesía.
Toda poesía antigua desemboca en la poesía Griega, Vida
armoniosa. — Desde Grecia hasta el movimiento romántico, — edad media, — hay
letrados, versificadores. De Ennio a Turoldus, de Turoldus a Casimir Delavigne,
todo es prosa rimada, un juego, apoltronamiento y gloria de innumerables
generaciones idiotas: Racine es el puro, el fuerte, el grande. — Si alguien le
hubiese soplado en las rimas, revuelto los hemistiquios, al Divino Tonto no se
le haría más caso hoy que a cualquiera que se descolgara escribiendo unos
Orígenes. — Después de Racine, el juego se pone mohoso. Ha durado dos mil años.
Ni broma ni paradoja. La razón me inspira más
convencimientos sobre el tema que rabietas se agarra el Jeune-France. Por lo
demás, los nuevos son muy libres de abominar de los antepasados: estamos en
casa y no nos falta el tiempo.
Jamás hemos bien juzgado al romanticismo. ¿Quién iba a
juzgarlo? ¡Los críticos! ¿A los románticos, que tan bien demuestran que la
canción es muy pocas veces la obra, es decir: el pensamiento cantado y
comprendido por el cantor?
Porque Yo es otro. Si el cobre se despierta convertido en
corneta, la culpa no es en modo alguno suya. Algo me resulta evidente: asisto a
la eclosión de mi pensamiento: lo miro, lo escucho: aventuro un roce con el
arco: la sinfonía se remueve en las profundidades, o aparece de un salto en
escena.
Si los viejos imbéciles hubieran descubierto del yo algo más
que su significado falso, ahora no tendríamos que andar barriendo tantos
millones de esqueletos que, desde tiempo infinito, han venido acumulando los
productos de sus tuertas inteligencias, ¡proclamándose los autores!
En Grecia, he dicho, versos y liras ponen ritmo a la acción.
A partir de ahí, música y rima se tornan juegos, entretenimientos. El estudio
de ese pasado encanta a los curiosos: muchos se complacen en renovar semejantes
antigüedades — allá ellos. A la inteligencia universal siempre le han crecido
las ideas naturalmente; los hombres recogían en parte aquellos frutos del
cerebro; se obraba en consecuencia, se escribían libros: de tal modo iban las
cosas, porque el hombre no se trabajaba, no se había despertado aún, o no había
alcanzado todavía la plenitud de la gran ilusión. Funcionarios, escribanos:
autor, creador, poeta, ¡nunca existió tal hombre!
El primer objeto de estudio del hombre que quiere ser poeta
es su propio conocimiento, completo; se busca el alma, la inspecciona, la
prueba, la aprende. Cuando ya se la sabe, tiene que cultivarla; lo cual parece
fácil: en todo cerebro se produce un desarrollo natural; tantos egoístas se
proclaman autores; ¡hay otros muchos que se atribuyen su progreso intelectual!
— Pero de lo que se trata es de hacer monstruosa el alma: ¡a la manera de los
comprachicos, vaya! Imagínese un hombre que se implanta verrugas en la cara y
se las cultiva.
Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente.
El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado
desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de
locura; busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos, para no quedarse
sino con sus quintaesencias. Inefable tortura en la que necesita de toda la fe,
de toda la fuerza sobrehumana, por la que se convierte entre todos en el
enfermo grave, el gran criminal, el gran maldito, — ¡y el supremo Sabio! —
¡Porque alcanza lo desconocido! ¡Porque se ha cultivado el alma, ya rica, más que
ningún otro! Alcanza lo desconocido y, aunque, enloquecido, acabara perdiendo
la inteligencia de sus visiones, ¡no dejaría de haberlas visto! Que reviente
saltando hacia cosas inauditas o innombrables: ya vendrán otros horribles
trabajadores; empezarán a partir de los horizontes en que el otro se haya
desplomado.
— Continuará dentro de seis minutos —
…