domingo, octubre 11, 2009

Ecce Homo

5

También hay otro terreno en que yo no soy sino el mismo que mi padre, en cierto modo su continuación, luego de una muerte harto prematura. Como aquellos que no han vivido nunca entre sus iguales y en quienes la idea de represalias es tan conocida como la de los derechos iguales, yo me privo, en los casos en que se me ha inferido un ligero agravio o un gran perjuicio, de toda medida de seguridad o de protección, y como es natural, de toda defensa, de toda justificación.

Mi réplica consiste en hacer seguir tan rápidamente como sea posible la tontería de una picardía. De esta suerte llegamos quizá a desquitarnos. Para expresarme por medio de una imagen, lanzo un bote de confites para desembarazarme de lo amargo.

Conmigo no hay nada que zanjar. Yo tomo el desquite. Podéis estar seguro de ello. Encuentro siempre, tarde o temprano, una ocasión para expresar mi reconocimiento a un malhechor (si es preciso por su crimen) o para pedirle algo, lo que en ciertos casos obliga a algo más que dar… Me perece también, que las palabras más impertinentes, la carta más insolente, tienen algo de cortés, de más honrado que el silencio.

Los que se callan carecen casi siempre de perspicacia y de finura de corazón. El silencio es una objeción: devorar el despecho es una prueba de mal carácter: estropea el estómago.

Todos los que se callan son dispépsicos.

Ya se ve que yo no quisiera que se menospreciara la impertinencia; es con mucho la forma más humana de la contradicción, y en medio del exceso de debilidad moderna, una de nuestras primeras virtudes. Inclusive puede ser una verdadera felicidad cuando se es bastante rico para ello.

Un dios que bajara a la Tierra no haría otra cosa que injusticias. Tomar sobre sí, no el castigo, sino la falta, eso es lo que sería realmente divino.


(de Ecce Homo, Porqué soy tan sabio. Friedrich Nietzsche. Ediciones Siglo Veinte, págs.20 y 21)

No hay comentarios: