viernes, febrero 26, 2010

Friedrich Nietzsche

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Además del hecho de ser un decadente, también soy todo lo contrario de un decadente. Prueba de ello es, entre otras cosas, el que yo, instintivamente, elegí siempre los remedios justos contra las situaciones peores: mientras que el decadente elige siempre los remedios más nocivos para él.

Como summa summarum, yo fui sano; como ángulo, como especialidad, yo fui decadente.

Aquella energía con que yo perseguí el aislamiento absoluto y la depuración de las condiciones habituales, el haberme obligado a mi mismo a no dejarme curar, servir, medicinar, todo esto revela la absoluta instintiva seguridad de lo que yo necesitaba entonces sobre todas las cosas.

Yo me curaba a mi mismo; la condición para conseguir el éxito en este punto -todo fisiólogo admitirá esto- es la de estar sano en el fondo. Una criatura típicamente morbosa no puede volver a sanar, y aun menos curarse a sí misma; viceversa, para un ser típicamente sano, el estar malo puede a veces ser un enérgico estimulante de la vida, de un aumento de vida. Así, en efecto, me parece ahora aquel largo tiempo de enfermedad; por decirlo así, yo he descubierto de nuevo la vida, me he comprendido a mí mismo, he gustado todas las cosas buenas, aun las pequeñas, como no es fácil que otros puedan gustarlas, y de mi voluntad de salud, de vida, hice mi filosofía ...Porque póngase atención, en que los años en que mi vitalidad fue más baja fueron aquellos en que yo dejé de ser pesimista: el instinto de restablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y del descorazonamiento... ¿Y en qué se reconoce en el fondo la buena constitución? En que un hombre bien conformado agrada a nuestros sentidos: está tallado en una madera a la vez dura y perfumada. Le place sólo aquello que le favorece: su placer, su voluntad cesan cuando ha rebasado la medida de la utilidad. Adivina remedios contra lo que le perjudica, disfruta en provecho suyo de los casos nocivos; lo que no lo hace morir lo fortalece.

Hace instintivamente una suma de todo lo que ve, oye y vive; es un principio seleccionador, deja caer muchas cosas.

Se halla siempre en su sociedad , cualquiera que sean los libros, los hombres o los paisajes entre los cuales se encuentre; honra eligiendo, aceptando, concediendo fe.

Reacciona lentamente a todo género de estímulos, con aquella lentitud en que le han educado una larga prudencia y un orgullo deliberado; indaga la seducción que se aproxima, pero dista mucho en ir a su encuentro.

No cree en la desgracia ni en la culpa; está bien consigo y con los demás; sabe olvidar; es bastante fuerte para que todo deba realizarse con la mayor ventaja para él.

Pues bien, yo soy todo lo contrario de un decadente, porque ahora me he descrito a mí mismo.



Ecce Homo, ediciones siglo veinte, Por qué soy tan sabio, pág. 7 y 8

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